Hacía un día poco apacíble, frío y bastante aire. He quedado para comer. Me paro a esperar. Hace poco ha entrado en vigor la ley que prohibe definitivamente que al gente fumase en los establecimientos y espacios públicos, y allí están tres señores hombres trajeados, fumando con avidez antes de entrar a comer. Dan unas caladas, y entran, arrojando previamente sus cigarros, con no poco civismo, al borde de la acera. Un coche pasa. Sopla el viento. Levanto la cabeza, ya está aquí, me voy a comer. La calle se queda donde está, las colillas no para siempre.